jueves, 21 de marzo de 2013

Operario de Parques y Jardines



Hace unos cinco meses fui condenado a un periodo de más días de los que yo quisiera con la pena de realizar una actividad llamada “Servicios Comunitarios”. Supongo que sabréis que “Servicios Comunitarios” no es más que un eufemismo para lo que,  básicamente, consiste en hacer trabajos que no quieres a cambio de una cantidad estipulada entre nada y cero euros, como consecuencia  de haber sido entre malo y poco bueno en determinado momento de tu vida.

No quiero extenderme sobre el enojoso incidente que provocó mi desdichada situación, puesto que soy una persona pudorosa, discreta y con alto sentido de la vergüenza. Sólo os diré, a modo de consejo y para evitaros sorpresas desagradables en un futuro, que cuando una espigada estudiante de Erasmus te dice “Můžu se hýbat?”,   no te está pidiendo que le toques una teta.

Pasado el mal trago del juicio, aliviado de salir del juzgado, (ese territorio hostil donde uno se siente a la vez protagonista de novela de Kafka y mota de polvo), procedí a mi exilio a un municipio de la Andalucía Profunda donde el riesgo de encontrarse con lindas estudiantes de Erasmus es mínimo, y almacené en las profundidades de pensamientos más urgentes la condena que pendía sobre mi cada vez más pilosamente despoblada cabeza.

Con el paso de los días se apoderó de mí un irreductible optimismo, sólidamente cimentado en esa proverbial lentitud de la Justicia que siempre subrayan los tertulianos de los medios de comunicación y los parroquianos habituales de los bares (tiendo a confundirlos), mi propia insignificancia, el aluvión de causas abiertas que al parecer son el motivo de que los funcionarios no puedan siquiera entrar en sus oficinas y tengan que salir a la calle con pancartas para pasar el rato y combatir el frío, y el conocimiento casual (pero no fundamentado) de que ese tipo de sentencias caducan, como la ropa y las novias tontas, en un año.

La sorpresa desagradable llegó unos tres meses después, en forma de cartero rechoncho y resollante, quien armado con un maléfico bolígrafo y que a las órdenes de “firme aquí, aquí, aquí, aquí, y ahora póngase en pompa, que viene lo bueno”, me hizo entrega de una carta de aspecto tenebroso, cuyo remite de “Instituciones Penitenciarias. Te Vas a Reír un Rato”, consiguió que me pasara varias horas meciéndome en la silla, con el pulgar en la boca, y (estoy seguro), con expresión de ser público de plató de la ‘Ruleta de la Fortuna’.

Desgraciadamente, comprobé, no se habían olvidado de mí. No debo ser tan insignificante, los tertulianos de los medios de comunicación son unos obtusos porque la señora de la venda y la balanza tiene de lenta lo que yo de paraguayo, eso del aluvión de causas abiertas es una pamplina, y los funcionarios de Justicia una plebe de vociferantes exagerados que están en la calle para poder fumar tranquilamente, y llevan pancartas porque así le dan uso a las sábanas viejas.

El caso es que, tras presentarme en dos sitios, a cual más espeluznante, rodeado de compañeros de espera con aspecto de asaltar diligencias, y ser interrogado sobre mis aptitudes, aspiraciones, e inquietudes más profundas, fui destinado a trabajar de gorra en el Ayuntamiento de un pueblo cercano a donde resido, y conminado  a presentarme en día lunes y a hora indecentemente temprana en el Almacén Municipal de (llamémosle así, huyendo del tópico) Castañuela del Río.

La espera fue  un poquillo tortuosa - te avisan con un par de semanas de antelación - , pero llegó el día, (tal como llegan las cuñadas a casa de comida concertada con tiempo, ya sabéis, de esa forma temida e inexorable), en el que tenía que personarme a cumplir la sentencia.

Hacía frío esa mañana, pero me enfrenté al mundo con el optimismo de un enfermo terminal, y la disposición positiva de aquél al que le recomiendan imperativamente dormir en un colchón de clavos. Tras bajar del autobús, y después de un pequeño y vigorizante paseo,- no por afición, más bien porque, cosa rara en mí, me equivoqué de camino y me perdí, hay que tener en cuenta que el pueblo tiene exactamente tres calles- así que hube de preguntarle a un señor al que supongo una esposa horrible de ponerle cruces al revés, puesto que no es normal pasear cachazudamente tan temprano por ningún sitio, que fue quien me indicó el emplazamiento del almacén, donde entré dispuesto a presentarme y esperar instrucciones.

Topé con un local lóbrego y oscuro. En la penumbra (supongo que no están las cosas para malgastar luz, y al fin y al cabo quién no quiere tener la oportunidad de tropezarse contra una viga), logré distinguir a un grupo de hombres de aspecto ceñudo y albañilesco, grúas, camiones, hierros, y numerosas señales de tráfico como castigadas contra la pared que me causaron honda impresión.

La verdad, yo pensaba que las señales de tráfico, como los árboles, se plantaban. En mi ignorancia suponía que (digamos) una pareja joven sembraba una tuerca o un rodamiento, lo cuidaba con mimo y riego durante un tiempo determinado, y al final surgía un tallo metálico coronado por un octogonal mensaje de “STOP”, (“mira, Paqui, sale a tu entrepierna”), o una encarnadota circunferencia con rectangular y ancho bigote canoso, como la cara de un coronel inglés retirado, de esas que alertan al Fernando Alonso de turno de que ese camino que de todas formas va a tomar es dirección prohibida.

El caso es que no, que curiosamente crecen en los almacenes municipales.

Sin tiempo para reflexionar sobre tan interesante asunto, pregunté atemorizado a uno de los tipos que componían el grupo de hombres de aspecto albañilesco (resulta que eran albañiles) sobre la localización de lo que aquí llaman el “encargao”, que resultó estar aposentado tras una mesa, en un pequeño despacho ubicado tras un ventanal que aún debe conservar churretes de cuando el pueblo estaba habitado por gente que consideraba la rueda como la última y escandalosa novedad, y cuya decoración haría que Ágatha Ruiz de la Prada experimentara lo que se siente al sufrir siete soponcios.

El “Encargao” resultó ser un señor de mediana edad y rostro curtido, de pelo cano, pero con algo en su contenida actitud que parecía forzado. Me recibió amablemente, pero creí intuir que su auténtica naturaleza consistía en moverse de un lado a otro, hablando por tres teléfonos a la vez con el gobernador, el fiscal y el alcalde de Nueva York, mientras contrataba a un limpiabotas que pasaba por allí, le encargaba a un tipo que indagara más sobre el enigmático superhéroe que esterilizaba la ciudad contra malhechores, y despedía a una fotógrafa.

Sí. El “Encargao” es igualito al jefe de Spiderman.

El hombre me preguntó qué sabía hacer. Con voz potente, confiada y temo que un poco desdeñosa, le desgrané un impresionante currículum que me hizo albergar esperanzas de que me nombraran, al menos, Teniente de Alcalde de Castañuela del Río.

-“ ¿Azí que para los arbañiles no vales, eh?” – Rezongó.

- “Ehhh…” – Dudaba en contarle la anécdota de cuando mi padre hizo obras en casa. Un agobiado currante se vio privado de su peón y recurrió a mí, con la mala suerte de que, entre que le entendía poco y que mi dominio de la terminología de las herramientas del sector de la construcción es nulo, cuando me pidió que le acercara “la espiocha y la cejeta”, me presenté con dos prostitutas bastante feas. – “Ehhh… creo que ahí puedo resultar de poca ayuda”.

El “Encargao” pareció por unos instantes algo pesaroso, como si no esperase encontrar un lunes delante de su mesa a un empleado de tan admirable formación. Y tan barato. Pero rápidamente se repuso, esbozó una sonrisa, y dijo triunfante:

-“Ea. Poh a barré. Al parque, que allí no te ve nadie. Zal ahí, y dile a uno de ezoh que te dé una escoba, un recogedó y unoh guanteh, y ya te vá apañando”.

- “No sé dónde está el Parq…” – También iba a alegar que no poseo el Carnet de Manipulador de Escobas, pero no estaba muy seguro de que algo de eso exista.

- “¡Goenlavírgen!” – Se levantó de la silla con celeridad de rayo, y comenzó a llamar a voces a alguien. - “¡¡Ntonio!! Ntonioooo!!!”

De las profundidades del local surgió una voz que sugería un concierto de truenos en un valle con eco, o un bombardeo en el Palacio de la Acústica.

-“¡¡¡ZZZÍÍÍÍÍ…!!!”

-“¡¡Acompaña a este hombre ar parque, que va de Operario!! ¡Ah! ¡Y acércale lah herramienta!”

- “¿¿¿UNA EHCOBA UN COHEDÓ Y UNOH GUANTEH???”

- “¡¡No, un microscopio, un bisturí y dó portátile!! ¡¡Poh claro que una escoba, un cogedó y unos guanteh, mamahostiah!! ¡¡Va a barré, no va a descubrí la vacuna contra el sevillismo!!

Asistí al diálogo entre paralizado y abrumado. Angustiado. Odio los parques, lugares repletos de vegetales espinosos, y sitio de esparcimiento de niños y demás criaturas repulsivas. Hay solitarios columpios que remiten a la película “El Resplandor”, que se balancean sin que haga viento. De todos los destinos posibles, quizá era el tercero peor, sólo por detrás del que consiste en limpiarle el trasero a señores ancianos de colon irritable, y el de ser conserje de la “Asociación Activo-Feminista Ponga una Axila Peluda en su Vida”.

Interrumpió mis pensamientos el tal “Ntonio”, que surgió como de la nada, un tipo con la constitución física del Reichstag, aunque algo más cordial. Tras estrujarme la mano y parlamentar con el “Encargao” en una jerga sólo comprensible para alguien que se haya criado entre piedras y gravilla, me palmeó en la espalda, y partimos hacia mi lugar de trabajo, no sin antes despedirnos del jefe, que pareció visiblemente aliviado con mi marcha.

En el trayecto (exactamente 30 segundos), el buen hombre me tranquilizó. Me dijo que allí iba a estar “mú bien”, y “mú tranquilo”, y no pareció poner muy mala cara cuando, con poco tino, le dije “¿pero este pueblo tiene parque?”, algo que a otro castañuelense algo más nacionalista le hubiera sentado peor.
Tras subir un empinada cuesta (es mi sino), y atravesar una cancela herrumbrosa, llegamos al lugar donde, al parecer, iba a pasar algunas horas de mi vida.

Puede que un purista, uno de esos individuos amantes de este tipo de emplazamientos (de todo hay en esta vida, y en concreto estos señores suelen ser unos gilipuertas que llevan gorra y son capaces de utilizar la palabra “sinergia” en la comida de Navidad), objete vehementemente que el parque en cuestión es pequeño. Efectivamente, no es Central Park, ni siquiera el Parque de María Luisa. Es posible, incluso, que tenga un poco más de un palmo del espacio necesario para que se gire Marcelo cuando vuelve de una lesión. Pero estoy en condiciones de contestarle, alterando un poco aquél eslogan que ideó Rosa Díez cuando era consejera del Gobierno Vasco, “¿Pequeño?... Pues ‘Ven y Bárrelo’”.

Un primer vistazo me mostró un espacio medianamente razonable, que quizá no dé la talla como dimensión de campo de fútbol, con bancos a los costados (no de los de deberles préstamos, sino de los de aposentar traseros), con suelo de albero, algún arriate (en todos los sitios hay vascos), y un par como de rotondillas sembradas de césped, una de las cuales tenía la típica estatua de un señor calvo al que las palomas defecan encima. Al fondo, un mirador con vistas al Guadalquivir, por si alguien quiere pasar excitantes momentos contemplando cómo se desplaza el agua.

Nada extraordinario. Manejable para barrer, aunque poco indicado para meter mano, quizá la única actividad tolerable en los jardines públicos. Así se lo hice saber a “Ntonio”, quien con sádica sonrisa me indicó que lo que estaba ante mi vista no era ni mucho menos todo, y me mostró algo así como una docena de escaleras de varios tramos, que descendían hacia lo que parecía ser una mezcla de jungla amazónica y peinado de Bob Marley. Un asilvestrado bosque repleto de vegetales, recovecos, senderos, una fuente rumorosa que enseguida me dio ganas de hacer pis (siempre me pasa, se conoce que mi vejiga tiende a empatizar con los chorrillos de cualquier líquido), asientos de piedra, y extraordinarias pendientes alfombradas por lo que parecían ser plantas alienígenas, y con el tiempo reconocí como maleza. Un lugar estupendo para meter mano, lo reconozco, pero una pesadilla para el noble deporte de rascarle con la escoba la espalda al suelo.

Tras quedarme lívido y petrificado de tal forma que una pareja de palomas me observó con indisimulado alivio, y cuando ya se acercaban portando cara de apretón y uno de esos rollos de papel higiénico palomil, de repente mi sangre volvió a circular a causa de la entrada en escena de una enjuta figura que se plantó junto a nosotros con andares presurosos y el lenguaje corporal del que sufre una virulenta invasión de pulgas. Resultó ser mi compañero, un tipo con el improbable aspecto resultante de mezclar a un superviviente de Mauthausen con un nervudo pirata malayo, quien me dejó la mano como si le hubiera dado un apretón al Increíble Hulk, se presentó como “Auuuuhhhéee”, intercambió con “Ntonio” unas apresuradas palabras en lo que sonaba como el lenguaje de las gaviotas, y desapareció con un rastrillo entre el tupido follaje, como un duendecillo que tuviera prisa en hacer las cosas que suelen hacer los duendecillos.

 Mi compañero merece una entrada aparte. Ya hablaremos de él.

-“Ea, quíyyu, póh ná, ahí lo tieneh”

Con esas palabras, acompañadas de otra palmadita en la espalda – que, francamente, podría haberse ahorrado- y tras un somero consejo brumosamente expuesto  sobre el cuidado que debía tener al barrer los cristalitos (“por loh niñoh, ¿zábe?”), “Ntonio” se marchó a velocidad continental, dejándome solo delante de un buen trozo de naturaleza barrible.

Intenté afrontar mi situación desde un punto de vista alegre. Supuse que habría muchas personas que me envidiarían. Quizá era un privilegiado. La mañana se había quedado fresca y clarita, el cielo de un celeste puro casi dañino, el aire que llegaba del río parecía aconsejablemente limpio y sano, y no se escuchaba más ruido que el arrullo de las palomas, el trino del mirlo, el melodioso silbido del… qué se yo. Del espárrago mismo. Nunca he entendido de pájaros, más allá de si han sido fritos correctamente, y con sinceridad, me importa un pito si croan, rebuznan, o dan discursos en esloveno. Ya podía yo intentar decantarme por la visión optimista de mi situación, que no me iba a brotar la afición por la ornitología de repente.

Tampoco he sido nunca un entusiasta de los vegetales. No sé distinguir un roble de una farola, y los considero un ornamento natural inútil, holgazán, y francamente molesto. Están ahí, quietos, sin hacer nada, ni siquiera se apartan cuando uno va con prisa, que no sabes si te observan con disimulo, y aprovechan que te refugias en ellos de la lluvia para arrojarte un fruto y atraer un rayo. Tienen mala leche. Ni de paraguas valen. Son seres prescindibles, odiosos, que acogen orugas, hormigas, seguramente señores de Cuenca, y todo tipo de bichos, y que te ponen la zancadilla cuando pasas al lado de ellos. (“Qué curioso, querido Brys, te has tropezado con una raíz que sobresale”. “Un carajo. El hijoputa del árbol me ha hecho penalty”).

Observé con diluido interés, no obstante, la flora con la que me tocaba convivir, por hacerme una idea. Más allá de reconocer varias palmeras (sé distinguir a este árbol en concreto porque se parece al Actor Secundario Bob, y porque siempre me ha decepcionado que con ese nombre sea incapaz de tocar las palmas al compás), algún naranjo, y a un curioso ejemplar de arbolito de hojas rosáceas que decidí bautizar como “Mariconcio Silvestre”, todos los demás componentes clorofílicos del paisaje me parecían iguales. Así que imaginadlos vosotros y ponedles nombre. ¿Olmo? Pues olmo, el bueno de Luis lleva años mustiando micrófonos. ¿Pino? Excelente, Álvaro fue un esforzado ciclista. Por mí no hay problema. Actuad con total liberalidad, o denunciadme al Colegio Oficial de Señores Amantes de los Tallos, lo que os plazca.

Al ver que no mejoraba mi estado de ánimo, decidí al menos ponerme manos a la obra (a la escoba). Así que desempaqueté los guantes (que venían con instrucciones) y empuñé las herramientas.
Mi primer pensamiento no fue para todo el material que acumulaba el suelo. Me regocijé, en cambio, ante la circunstancia de que unos simples guantes vinieran con un folleto de instrucciones. “Si te hacen falta instrucciones para utilizar unos guantes”-pensaba- “en vez de trabajar deberías estar en casa mirando con nublados ojos al vacío, y con cuidado de tener a una persona que te limpie de vez en cuando la baba”. Mi jocosidad disminuyó drásticamente cuando me di cuenta de que me había puesto los guantes al revés, así que fijé la atención en otra cosa antes de perseverar en un pensamiento que me llevaría a la sima de la depresión más profunda.

Distraído, comencé a reparar en las cosas que barría. Predominantemente (oh, sorpresa), hojas. De todos los colores. Hojas verde guardia civil, hojas marrón combatiente en el desierto, hojas bicolor partido político bisagra, hojas negras (o afroamerihojas), incluso algunas hojas color rojo asaltante de Mercadona, o azules ostia-me-he-equivocao-de-tinte. Luego resultó que estos dos últimos tipo de follaje no son naturales, sino envoltorios de varias clases de golosina.

También tropecé con mucho cristalito. Es más, allí reposan la cantidad suficiente de cristalitos como para engatusar a 17 tribus precolombinas. Hay algo de bebedor ruso en el alma del castañuelense. Por lo que veía, la gente de allí trasiega el líquido, e inmediatamente rompe el vaso, o la botella, o el botijo, o lo que sea. Recordé el consejo de “Ntonio” sobre el especial cuidado que debía tener al limpiar los trozos de vidrio. Hay que pensar en los niños, que tienen la piel fina (son niños, no crustáceos), y hemos de evitar que los dañe nada que no seamos nosotros mismos. Resultaría penoso que un infante saliera de paseo con sus papás, quisiera jugar (por ejemplo) al guá, y se dañara por culpa de la dejadez y falta de profesionalidad de un Operario de Parques y Jardines.

Cuando llevaba tres horas barriendo, y mis riñones parecían ser mordidos por dos perros rabiosos, ya pensaba de distinta forma. Al fin y al cabo son niños, no globos. Es decir, aplica un cristal sobre un globo y tendrás un desastre. Aplica un cristal sobre un niño, y tendrás a un mocoso repelente con un monóculo. Bueno, acepto que en ocasiones el diminuto ente pueda hacerse una raspadurilla, o un corte profundo. ¿Y? ¿Dónde está el problema? Se le unta de mercromina, se le cose si hace falta, se le venda si es necesario, se le amputa si no hay más remedio, y luego con un par de ánimos y un buen cachete por llorica, se le manda a hacer los deberes, o lo que sea que tengan que hacer esos detestables seres. Los niños son durísimos, por Dios. Yo mismo he pateado a unos cuantos en las nalgas, y creedme que luego el pie duele un rato.

A eso de las doce de la mañana ya estaba un poco quebrado. Más que un señor con perilla, empezaba a parecer una alcayata guapa, así que aparqué mis útiles de trabajo, y decidí dar una vuelta con la excusa de “habrá que limpiar el césped de bolsitas”.

Es curioso. En toda la mañana no había visto más que a dos paseantes. Era, a todos los efectos, un jardín público solitario. Pero un rápido vistazo al interior de la fuente (aparte de provocarme otra vez ganas de hacer pis), y a lo que había entre lo que los lugareños llaman “el forraje” (o sea, hierbas salvajes que nadie corta, y que deben de ocupar el 90 % de la superficie de la parte baja del parque), me indicó que aquello debía ser un sitio movido por las noches.

No, no voy por ahí. No vi ni un preservativo. En lo que respecta al sexo, en apariencia las lugareñas son muy feas, o bien los lugareños son más partidarios de jugársela a ser papá por accidente, o puede que Castañuela del Río albergue firmes ideas en el espinoso asunto de la repoblación autóctona. Sea por la razón que sea, el caso es que afortunadamente no me topé con ninguna de esas gomitas usadas. Aunque viendo lo que beben por allí, no descarto que se las coman.

Porque beben. Decenas, cientos de botellas. Me había hartado a barrer cristalitos, y ante mis ojos se presentaba el germen principal de todos ellos.

Y no es que me extrañe que la gente de allí caiga en la dipsomanía, en absoluto. Yo nazco en Castañuela del Río y degluto hasta el disolvente. Además, soy más que tolerante en lo que respecta al consumo de alcohol. Ahora no ejerzo, pero hasta hace bien poco los mesoneros salían a la calle y se arrojaban a mis pies, implorándome para que entrara en su negocio. La hostelería española se ha sostenido durante años sobre mi hígado. Hay destilerías enteras que le han puesto mi nombre a sus nuevas factorías. Existen potentados de las bebidas espirituosas que han bautizado a sus jets privados, o sus yates más lujosos,  como “Bryson” en mi honor.

No, no soy mojigato en este asunto.

Tampoco nací ayer, sé lo que hacen los adolescentes por las noches. No me imagino a dos tíos de 16 años, repletos de hormonas que crepitan como maíz en aceite hirviendo, con el pelo engominado de punta, cuatro piercings y camisetas ajustadas con lemas como “TE VOY A ROMPER EL JIGO”, manteniendo conversaciones del tipo “¿Quíyo, quedamos esta noche con las churris en el parque? Yo llevo los Actimeles”. “De putamadre, tío. Yo traigo la enciclopedia y los puzzles”.

No, lo sorprendente es la ínfima calidad de lo que beben. Ante mí no había restos de botellas de marcas normales, siquiera baratamente reconocidas. Espantado leía nombres como “Whisky Botajé”, “Ginebra Fibíter”, “Ron Cornellá”, o “Vodka Eschirchóv”. No quería ni imaginar cómo serían las otras sustancias que sin duda consumían sin dejar tanto rastro. Esa gente debe esnifar crocuanina, fumar nuarijuana e inyectarse helloprima. Ahora que lo pienso, igual es la causa de la ausencia de condones. Uno se zampa dos cubatas de “Ron Frujal”, o un “Coñac Soyverano” con cola y no es que sea incapaz de calzarse una goma en la fuchinga. Es que no atina ni a copular con el túnel de Viella.

Me hundí de tal manera en estas cavilaciones, que sólo me faltaba una pipa de buena madera, una esponjosa barba que acariciar (mi perilla tiene sus limitaciones), y quizá una bata a cuadros y algún “mmmm…” No es asunto baladí. Ya vemos cómo le va al país política, financiera y (lo importante) televisivamente. Todo es reflejo de nuestra sociedad que, perdonad que os lo diga, está mú boba. Vosotros mismos, que habéis vivido lo suficiente, y sois leídos y cultos, estáis para que os encierren y luego tirar la llave al océano. Pues imaginad lo que nos espera. Estos adolescentes, que ahora mismo se están metiendo sustancias tan notoriamente cutres y perjudiciales, son nuestros próximos políticos, abogados, médicos, científicos u operarios de parques y jardines. Quizá estos castañuelenses en concreto no, puesto que colocándose con “Whisky Yonni Vázquez” y psicotrópico “Éze Le Dé” es posible que muten y terminen alimentándose de chinchetas con una protuberancia tentacular nasal, pero imaginad que esta plaga se extiende. Imaginad que, con la crisis de los cojines a toda la juventud española le da por consumir masivamente de ese alcohol que debe estar destilado a partir de uñas y, por ejemplo, no quiera Dios, terminan haciendo un botellón de 20.000 personas en Granada. Es deprimente.

Noté que a mi cuerpo le crujían las costuras, que el sol empezaba a apretar de sentir que me iban a poner un chorrito de aceite de oliva encima, y que una señora que paseaba al perro me miraba fijamente. Había terminado mi jornada. Cómo pasan las horas cuando uno trabaja tanto. Y qué beneficios nos conllevan los “Servicios Sociales”.

Qué alegría más enorme saber que aún me quedan unos días.

Qué deciros. Toda experiencia tiene moraleja. Así que no toquéis tetas ajenas, no tiréis cristalitos al suelo, no tengáis niños, no bebáis alcohol malo, no os comáis los preservativos y, sobre todo…

Leeros bien las instrucciones de cómo ponerse unos guantes.



19 comentarios:

  1. Qué ilusión que por fin te hayas decidido a estrenar el blog. Me ha gustado michísimo, me he partido de risa!!! Espero que no tardes mucho en publicar otra entrada. Un besito ;))

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  2. Jajajajajaja, me has alegrado la mañana zanguango.

    ¡Enhorabuena!

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  3. Extraordinario, como todos aventurábamos cuando se te proponía que abrieras blog propio. Y digo lo que dije hace unos días en Ca'Eddie. ¡Vaya cantera la de EPRV, y no la de La Masía!

    Soy Osiris, por cierto.

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  4. Grande Brys :D

    Pero recuérdame que nunca te pregunte cómo se ponen los condones ;)

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  5. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJ............... LO MEJOR QUE HE LEÍDO EN MUCHO TIEMPO. GRANDE, PERO QUE MUY GRANDE
    @JASANCHEZT

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  6. ¡Muy bueno!. Me ha hecho mucha gracia, cosa que no era sorpresa, ya que siempre ha sido evidente tu gran ingenio y sentido del humor.

    Gracias por haberte animado a abrir el blog.

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  7. ENORME nuestro Brys. Hasta se me han enfadado en el curro al leerlo. QUEREMOS MÁS

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  8. Muy bueno, Brys.

    ¡¡¡No tardes en publicar la próxima!!!

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  9. Mi gran Brys. Me alegra "verte" bien. Ya sabes que yo interactúo poco ,pero te sigo y ahora, también te leo ja, ja,ja.
    Un besazo.
    Marta.

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  10. Eres grande, Sheriff.

    Espectacular entrada (espero que la primera de muchas). De hecho, ya con ganas de la siguiente entrega. Por cierto, que la descripción del parque coincide peligrosamente con el parque en el que yo me inicié en el consumo de bebidas espirituosas...con la diferencia de que el mío si tenía gomitas por el suelo...

    Un abrazo.

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  11. Jajajajaja llorando de la risa!

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  12. Los que gracias a este señor hemos carcajeado ante la pantalla tantas veces no descubrimos nada nuevo -ni nada menos divertido- pero yo quisiera resaltar la capacidad que tiene el tío de transformar en tronchante -y tan llena de vida- una situación y trasfondo que no son precisamente cómicos. Y eso son cuestiones mayores. Uno viene de un día de mierda, lee esto y se arregla con la vida y sus circunstancias. Gracias, Brys.

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  13. Grande, muy grande.

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  14. Jajajajaja... acabo de pasar un gran rato leyendo esto. Bryson eres un crack.

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  15. Mi querido Bryson,creo has estado desperdiciando tu talento en el invento ese de los 140 caracteres. Me troncho y me parto de risa contigo.Menos mal que ya tienes tu blog y podrás dar rienda suelta a tus desmesurados ingenio e incontinencia verbal.
    Un abrazo,zanguango
    Lunalia

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  16. Bryson, cachisenlamá, qué grande eres. Después de leerte no queda otra que admirarte. Qué lecciones de vida y de humor para quienes hacemos de cualquier cosa una tragedia.

    Ánimo y fuerza. No cambies

    (ilha)

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  17. Como decía mi tío que en paz descanse, socio 8mil y pico del Madrid, ERES NÚMERO 1.

    Ya estás tardando en pergeñar una colección de relatos cortos como mínimo, maehtro

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